Cien años descubriendo el real infierno. A propósito de la obra “La Vorágine” de José Eustasio Rivera (1924)

Fuentes Rojas Yulieth Natalia

REVISTA REVISITUS ACADEMICUS CIENTIFICUS - RAC

ISSN: 3028-7731. Revisitus Academicus Cientificus – RAC. Vol. I. Núm. 2. Julio – Diciembre de 2025. pp. 207–210. Bogotá D.C. Colombia

Cien años descubriendo el real infierno A propósito de la obra “La Vorágine” de José Eustasio Rivera (1924)

Yulieth Natalia Fuentes Rojas

En el legado de la literatura se atesoran narrativas emblemas que permean cada esquina del territorio, permitiendo que la huella de nuestros escritores sea imborrable. Como en este caso, José Eustasio Rivera quien mantiene vívida su esencia a través de un importante relato que ha trascendido como una herencia invaluable de la historia colombiana, ya que aún, después de un siglo continúa removiendo las fibras de una sociedad entorpecida por la ignorancia ante la sombría realidad del ser humano. Entonces, en el 2024, más que conmemorar los cien años de la aparición de esta obra maestra: La Vorágine, también se celebra el centenario por la exaltación de testimonios y vivencias matizados con la violencia de un territorio encapsulado y martirizado por la aparente infinitud de un suplicio socioambiental. Novela que es digna de ser apreciada por sus lectores y sin duda, que es merecedora de convertirse en una insignia de la cultura.

La obra inicia, particularmente, con el intento desesperado del personaje principal, Arturo Cova, por encontrar la ilusión del amor y este deseo se convierte en el punto de partida que lo estimula a sumergirse en la travesía de huir de la ciudad de Bogotá, junto con su amada Alicia, alejándose de todas las obligaciones sociales que requerían para estar juntos. Fue así como un escape de pasión terminó dirigiéndolos hasta la región del Casanare, lugar en el que pretendían regocijarse de su predilección y sellar su amor. Sin embargo, en este paraje, sus problemas apenas empezaban, pese a que, según la visión de Arturo, alejarse de la ciudad significaba perder cualquier pista de civilización, es decir, para él la Amazonía se trataba de todo lo sádico, inhóspito, bárbaro y demás epítetos que se le pueden acuñar a esta zona, principalmente por las personas que la habitaban.

No obstante, la travesía de enamorados se convirtió muy pronto en una fatigosa persecución por encontrar a Alicia, quien había sido secuestrada por un seductor ladrón llamado Barrera. Este detonante, desafió la hombría y orgullo de Arturo, por lo que adentrarse en la selva amazónica para dar con el paradero de su mujer parecía una tarea sencilla, pues él no dimensionaba la escalofriante turbulencia que le iba a acompañar en su trayecto, tanto así, que conforme fue avanzando en su recorrido reafirmaba con vehemencia que se había adentrado en un “infierno verde”, en donde existían peores cosas que atemorizaban aún más que la selva y dichas cosas provenían de una única fuente repugnante: la barbarie del ser humano, un fenómeno que abrumaba y sucumbía al territorio, y su principal manifiesto, en este caso, se hallaba a través del auténtico ladrón Barrera, quien debería ser renombrado como el “civilizador bárbaro”, ya que, este personaje es el núcleo clave del ejemplo de la dicotomía entre civilización/ barbarie. Porque al igual que un hombre enamorado se despoja de todo acto razonable cuando de amar se trata, de igual modo el hombre bárbaro se desprende de toda moralidad cuando la sed por el poder le nubla la conciencia y le arrebata la sensatez.

Puesto que, para nuestro civilizador bárbaro su ansia por la fiebre del caucho y el poder de provocar temor en los demás, le permitía acribillar a quien fuera sin distinción alguna de raza, color, lugar de procedencia, género, edad y demás. Solo se percataba de lucrarse insaciablemente con la compra y venta de esclavos, esclavos que eran obligados a extraer una cantidad casi diaria de caucho, con la intención de saldar deudas que bien, eran heredadas o generadas por su alimentación y estadía en este lugar. Un vívido ejemplo de este modelo de economía lo vemos reflejado en los relatos del viejo Clemente, quien habló sobre su caótica historia como cauchero en el Caquetá, Putumayo, Vichada y Amazonía intentando encontrar al hijo que le fue arrebatado y quien también se vio sometido al extractivismo para subsistir al eterno endeudamiento contraído con los dirigentes de estos negocios o, mejor dicho, los esclavizadores. Lo que quiere decir que la espeluznante selva junto con toda esa gente “bábara y hostil” estaba siendo inhumanamente explotada y se encontraba agonizando a los pies del “civilizador”.

Lamentablemente, todo este modelo de economía ha sido trascendental en la historia, desde la colonización. Y es que con lo que a la Amazonía respecta, a partir del siglo XVI esta región ya se veía sometida por los colonizadores, quienes trajeron cultura y costumbres ajenas a la población latinoamericana, pretendiendo abrir paso a una nueva población en la que el indio trabajaba toda su vida en beneficio del “civilizador”, como un intento de crear cierta reconstrucción de la comunidad amazónica, porque para los colonos las personas que habitaban allí no eran civilizados, por ende, era su deber adoctrinarlos hasta colmar las expectativas de una sociedad heterogénea, a través del miedo que disparan las armas y el sometimiento que produce la violencia, pues la prueba definitiva de la subsistencia de este pensamiento “civilizador”, es Barrera, quien muestra la otredad del mal llamado “infierno verde”, ya que no cabe duda que el único creador del infierno era él mismo, el inferno de Barrera.

Es por ello que, Arturo al ser testigo de la única realidad de la selva amazónica, se retracta con certeza sobre su errado pensamiento que lo llevó a tergiversar los conceptos del hombre civilizado y el hombre bárbaro, por lo que, con unos nuevos ojos frente a la región amazónica, exclama: “No obstante, es el hombre civilizado el paladín de la destrucción. Hay un valor magnífico en la epopeya de estos piratas que esclavizan a sus peones, explotan al indio y se debaten contra la selva. Atropellados por la desdicha, desde el anonimato de las ciudades se lanzaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera a su vida estéril. Delirantes de paludismo, se despojaron de la conciencia, y, connaturalizados con cada riesgo, sin otras armas que el wínchester y el machete, sufrieron las más atroces necesidades, anhelando goces y abundancia, al rigor de las intemperies, siempre famélicos y hasta desnudos porque las ropas se les pudrían sobre la carne”. Rivera, J. E. (1924). La vorágine. (p.185).

Precisamente el anterior contraste desenmascara la economía extractivista y deja en descubierto las verdaderas lúgubres intensiones del autonombrado “civilizador” demostrando que su interés no era meramente civilizar una población, sino más bien alimentar su desmedida codicia por el poder de la riqueza y el deseo de dominar. Mientras que, para la Amazonía, no fue más que explotación abuso y deterioro de la naturaleza.

Entonces, un recorrido que empezó por amor, terminó convirtiéndose en el descubrimiento de la magnitud de estos sucesos que permanecían invisibilizados bajo la penumbra de la selva, y que gracias a esa travesía es que incluso después de 100 años, La vorágine prosigue nutriendo la historia de Colombia, revocando con perspicacia la estigmatización que se tiene frente a la selva latinoamericana.

* Reseña realizada en el “Grupo de Investigación Red Internacional de Política Criminal Sistémica Extrema Ratio UNAL”, reconocido y clasificado en A1 MINCIENCIAS 2021 de la Universidad Nacional de Colombia.

Referencia: Rivera, José Eustasio. (2022). La Vorágine. Edu Robsy. Recuperado de http://www.textos.info